Si estás leyendo esto, es altamente probable que la escritura esté presente de una u otra forma en parte importante de tu día a día. Así como tú, un gran número de sujetos escribimos, por ejemplo, para comunicarnos a través de recados, mensajes multimedia o correos electrónicos; para realizar solicitudes o trámites a través de formularios en diversas dependencias o para expresarnos en foros y post de redes sociales. Dentro del ámbito académico, escribimos exámenes, ensayos y presentaciones orales con el fin de mostrar la manera en la que hemos construido un determinado conocimiento. O tomamos notas para recordarnos contenido de nuestras clases que nos ha parecido relevante. Todas estas entre muchas otras.
Tal como puedes verlo, escribir no es exclusivamente un proceso cognitivo a través del cual ponemos en texto nuestro pensamiento, sino que escribimos desde nuestros conocimientos previos, teniendo en mente ciertos objetivos y claridad respecto de nuestros posibles lectores, así como una determinada identidad como autores. Es decir, antes que simplemente escribir, lo que hacemos es participar de determinadas prácticas letradas.
Nuestras prácticas letradas son resultado de haber sido socializados en una cultura o múltiples culturas. Dependiendo del rol que cumplimos al interior de estas (más novato o más experto), poseemos cierto nivel de conocimiento y dominio sobre la realización de estas prácticas. Por ejemplo, escribir un whats (o mensaje de WhatsApp) nunca será igual si debemos enviárselo a alguno de nuestros profesores o a alguno de nuestros amigos, lo mismo que un correo electrónico, y –en otros contextos y participantes– llenar un formato o elaborar un oficio. Una persona acostumbrada a redactar oficios será bastante experta en cada uno de los elementos que lo integran, en las fórmulas de cortesía que se emplean al escribirlo, entre otras. Algunos de nosotros, en cambio, necesitamos recurrir a ejemplos en Internet cada vez que debemos redactar uno.
En cada uno de los casos de las distintas prácticas letradas que producimos, debemos saber para qué se escribe el texto en cuestión, su estructura y el tipo de registro que debe emplearse, así como sus participantes y el rol que se establece entre ellos. Es por ello por lo que encontramos más conveniente hablar de géneros discursivos antes que llanamente de textos o de tipos de texto.
La noción de género discursivo resalta la naturaleza eminentemente social de la escritura. Y se entiende, de manera general, como las formas relativamente estables que empleamos las personas de ciertas comunidades discursivas para producir textos (escritos u orales) en la realización de nuestras prácticas letradas.
Es en estas comunidades donde se gestan determinadas literacidades que promueven el empleo de géneros discursivos particulares para conseguir ciertos objetivos sociales, relegando otros a la periferia, al desuso o al olvido. Un ejemplo de este fenómeno lo constituye la escritura de cartas de la manera convencional y para la que ahora tenemos toda una serie de alternativas provistas por la comunicación a través de Internet (correos electrónicos, mensajería instantánea, videollamadas, etcétera).
En suma, como todo producto social, los géneros discursivos tienden a modificarse a lo largo del tiempo. Es por esto por lo que debemos aprender a producirlos a partir de la comunidad que norma su uso y producción.
Así pues, lo expuesto hasta aquí argumenta que la escritura no deba ser vista exclusivamente como el proceso a través del cual se ponen en texto pensamientos o sentimientos; la escritura es un recurso que empleamos para conseguir ciertos objetivos sociales con base en los determinantes que nos imponen las prácticas letradas de las comunidades discursivas a las que pertenecemos. De esta manera, escribir es interacción, participación e, inevitablemente, comunicación.
